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«Mi hermana María Asunta, por una leucemia fulminante, ya no estaba más. Una sensación de impotencia me envistió. ¿Qué sentido tiene la vida – me preguntaba- si la muerte se lleva consigo sueños, deseos, conquistas…? Todo perdió su sentido. Ya no quería vivir.

 

Regresaban a mi mente los últimos instantes de vida de María Asunta. Las fuerzas la habían abandonado. Abrir los párpados era un esfuerzo enorme que podía costarle la vida. Sin embargo mientras la llevaba de vuelta a casa, saliendo de la ambulancia en la camilla, al escuchar la voz de los parientes y amigos venidos a darle el último saludo, reaccionó. Vi un cambio repentino en su rostro. No sólo abrió los ojos sino que levantó la cabeza y sonrió a cada uno. Y no dejó de sonreír hasta que no terminó de saludar a todos. Sólo cuando escuchó que se cerraban las puertas de casa a sus espaldas, dejó caer la cabeza sobre la almohada y entró en coma.

¿Por qué lo hizo? Mientras reflexionaba sobre este absurdo, me pareció intuir el por qué. El amor que la empujaba a preocuparse de todos menos de ella, le había permitido, en cierto sentido, vencer la muerte y sus ojos eran el testimonio más evidente: no traslucían miedo a la muerte sino una serenidad que parecía querer consolar a las personas cercanas, casi como diciendo: “Estén tranquilos porque yo soy feliz”.

Como un relámpago un pensamiento cruzo por mi mente: “Antonio el muerto eres tú, ¡Asunta está viva!”. Entonces me dije: “¡Basta de perder tiempo! La única dirección que mi vida puede tomar es el amor”. Empecé con pequeñas cosas, a amar a las personas que tenía a mi lado, con mucha simplicidad.

Pero con el tiempo esta llamita estaba por apagarse, porque amar siempre, es muy difícil y no siempre encontraba una respuesta ante mi forma de ser, es más, a veces encontraba burlas. Es ese período tuve la posibilidad de escuchar un vídeo en donde Chiara Lubich habla del dolor de Jesús en la cruz, cuando grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Me sentí como liberado. Chiara en pocos minutos había desenredado cada nudo. A pesar de que no sabía nada de mí, estaba allí para explicarme la vida. Me dio a entender que ningún dolor podía ser despreciado sino amado, porque estaba contenido en el dolor de Jesús.

La palabra “absurdo” podía describir perfectamente mi estado de ánimo ante la muerte de mi hermana. ¡Es absurdo morir con 20 años! Pero cuando acepté ese absurdo, volví a encontrar el sentido de mi existencia y entendí, como lo hizo mi hermana, que se puede vencer la muerte.

Antonio (Teramo, Italy)

Fonte:
http://www.focolare.org

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